sábado, 14 de febrero de 2009

Palabras e intereses: "nación" y "pueblo"

Existe un libro titulado "En defensa de España", que pretende -declaradamente- establecer una fundamentación (ciertamente apologética) del patriotismo español. Lo edita la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Fundación DENAES). En su contraportada hay una breve presentación en la que, entre otras cosas, se afirma que existe una diferencia entre "la nación" y "el pueblo" españoles, a saber: que el segundo incluye únicamente a los españoles vivos en un determinado momento (no parece posible otra definición), mientras que la primera incluye también a los muertos y a los aún por nacer, imprimiéndole una especie de sentido histórico. Se afirma también que el pueblo "no puede decidir", sino que esto compete a la nación.

Sin ánimo de realizar una crítica global a la Fundación DENAES -que tras un vistazo a su web, y a falta de más información, parece bastante razonable, apolítica y demócrata- cabría censurar la diferencia conceptual antes mencionada, y ello por dos razones: su falacia en el orden teórico, y su deriva en el orden práctico.

Respecto de la primera, no cabe duda de que "nación" y "pueblo" son conceptos distintos, pero son más distintos de lo que los considera quien escribe la contraportada aludida. En efecto, el "pueblo" es algo concreto, empírico, material, y por eso mismo poco -aunque algo sí, como todo- susceptible de interpretaciones. Sin embargo, "nación" es un concepto abstracto que no alude a ninguna realidad empírica y material. Esto no significa en absoluto que sea una palabra vacua, pero sí que a) es muy susceptible de diversas interpretaciones -recuérdese el debate decimonónico entre el concepto francés y el concepto alemán de "nación"; y b) que no es ni puede ser un sujeto, y por tanto no puede, en términos lógicos, ser titular de soberanía: la nación es incapaz de acción. No es pensable que una nación "decida", como pretende el autor del texto, no es pensable que "haga" nada. La soberanía, en tanto poder de acción, no puede predicarse más que de un sujeto, como una persona (el rey en una monarquía absoluta, p.ej.), una institución (en ciertas constituciones moderadas del XIX), o un conjunto de personas, como el pueblo (en constituciones progresistas decimonónicas o en la española vigente); pero no se puede predicar de un concepto.

La experiencia demuestra que, por ambas razones, cuando se pretende atribuir la soberanía a la "nación", los resultados son muy cuestionables: recuérdese cómo las constituciones moderadas del siglo XIX que así lo hacían establecían también sufragio censitario, haciendo equivaler que decidiera "la nación" a que decidiera un determinado conjunto de personas. Esto es así, primero, porque "la nación", al no ser un sujeto, no puede decidir, por lo que quien al final decidirá sí será un sujeto realmente existente; y segundo, porque la interpretabilidad del término "nación" permite justificar en su nombre cualquier elección respecto a quién decide finalmente, lo que puede tener - y ha tenido- resultados muy antidemocráticos y perjudiciales para el interés general.
Que es de lo que se trata: del interés general de los vivos y, -en esto tiene razón- de las generaciones futuras. Pero en ningún caso de los muertos, a los que habrá que honrar y recordar pero a los que no se puede -sería irrazonable- hipotecar el rumbo de un país.

Esto no significa, como se ha dicho antes, que la palabra "nación" no signifique nada. La idea de "nación" es ciertamente existente en la conciencia de las personas, por lo que determina sus acciones, es necesaria para construir un Estado sólido y socialmente cohesionado, forma parte de la identidad de cada uno. En resumen, puede ser sumamente útil y beneficiosa si se entiende bien, y seguramente es de algún modo necesaria. Pero no es ni razonable ni beneficioso pretender atribuirle la soberanía: creo que, al menos a falta de mejor teoría, el único que puede decidir es el pueblo.