lunes, 23 de marzo de 2009

Otra buena cita, si me lo permiten (II)

De nuevo "si me lo permiten" porque de nuevo la cita es mía. Es evidente que tengo una afición por estas pequeñas perlas del lenguaje que encierran tanto significado en tan pocas palabras, y frecuentemente con elegancia. Esta frase se cruzó por mi mente como un destello durante un breve momento de distracción hoy en clase, y tras darle forma creo que expresa con bastante precisión una determinada visión sobre la libertad que, sin duda pero con matices, comparto:

"La libertad es la capacidad de ver y escoger las propias cadenas"
-Yo

jueves, 5 de marzo de 2009

1-M: dos lecciones de prudencia

Las elecciones del pasado domingo 1 de marzo han provocado un cambio en el equilibrio de fuerzas dentro de los parlamentos autonómicos a los que afectaban, con la previsible consecuencia de sendos cambios de gobierno. Sin embargo, lo que resulta más interesante de ellas no es quizá eso, sino las tendencias políticas que revelan:

Galicia
Empezando en Galicia, nos encontramos con que el PP renueva su casi sempiterna mayoría absoluta en el parlamento, lo que le garantiza el gobierno. Es interesante señalar el impacto que ha tenido en esto la ley electoral autonómica, aprobada en los 80 por la mayoría del PP, que al establecer un umbral del 5% de los votos para que una candidatura obtenga representación parlamentaria genera un sistema tripartidista -PP, PSOE y BNG- que favorece claramente al PP por cuanto reduce las posibilidades reales a dos: gobierno del PP o gobierno de coalición PSOE-BNG.

Sin embargo, lo más interesante no es eso, sino el perfil del candidato ganador, Núñez Feijóo: hombre moderado, apuesta personal de Rajoy, dialogante y que hasta ahora se ha comportado con caballerosidad. Su victoria le manda un mensaje muy claro a la derecha española, y es un mensaje que beneficia a todos: un mensaje sobre cuál de las tres derechas que existen en nuestro país prefieren los ciudadanos. La victoria de Feijóo, que también es de Rajoy y en general de su ala del partido, le dice a la derecha que los ciudadanos quieren moderación. Que hay un espacio político para un partido conservador, pero para un partido conservador democristiano, moderado, pragmático, dialogante; no para un partido autoritario e intransigente. En suma, que la moderación gana elecciones y el extremo las pierde.

Si, tal como todo parece prever, al PP le va bien en las europeas y, sobre todo, si el PP vuelve finalmente a la Moncloa de la mano de Rajoy (que es el escenario más probable tras las próximas generales), el mensaje estará quedará aún más claro por reiterado: la derecha que quiere el electorado español es una moderada.

Esto sería muy beneficioso para todos, porque seguramente significaría el fin -o al menos el principio del fin- de la división de la derecha, o más exactamente, de la tendencia de una parte de la misma hacia posiciones ideológicas extremadas que fuerzan los mecanismos sociales e isntitucionales de la convivencia democrática. Es decir, significaría la -esperemos definitiva- democratización de la derecha española, la asunción por toda ella, y no sólo por una parte, de una verdadera cultura democrática. Y eso sería una excelente noticia: es algo que España necesita desde la Transición.

País Vasco
Viajemos ahora al País Vasco. Al tiempo de escribir esto, la lehendakaritza de Patxi López no está aún decidida -el PNV juega su último órdago- pero parece, con mucho, lo más probable. En todo caso, y eso sí que está ya verificado, en el parlamento de Vitoria hay mayoría constitucionalista por primera vez desde el Estatuto de Gernika: unas elecciones históricas.

Por otra parte, se trata del primer parlamento vasco en el que todos los partidos condenan la violencia etarra, ya que en esta ocasión todas las candidaturas de la izquierda abertzale que no condenaron la violencia -que no todas las candidaturas de la izquierda abertzale- han sido ilegalizadas antes de la celebración de las elecciones. Es importante señalarlo por dos motivos:

En primer lugar, porque no es casual que coincida lo primero y lo segundo. Como señalan los expertos de La moqueta verde -blog de siempre recomendable lectura- en un reciente post, si el 8% de votos nulos (opción recomendada por la órbita de Batasuna) hubiese sido representado por un partido nacionalista en el parlamento, la mayoría constitucionalista sería imposible. En otras palabras, si las candidaturas de la izquierda abertzale que no condenaron la violencia hubiesen sido legales, los nacionalistas tendrían mayoría.

Es cierto que esto no es la única causa de la actual correlación de fuerzas. Es cierto que la distancia entre partidos nacionalistas y no nacionalistas tiende desde hace tiempo a reducirse (especialmente desde los 90); es cierto que el PSE ha subido espectacularme y que UPD ha obtenido un escaño; es cierto que en las pasadas generales el PSE fue el partido más votado en las tres provincias vascas, destronando por primera vez al PNV. Es innegable que se está produciendo un cambio en la escena política vasca...pero conviene no olvidar lo anterior.

En segundo lugar, y esto es lo más importante -y lo más esperanzador-, se ha producido un importante ascenso de Aralar, tanto en votos como en escaños. Hay que llamar la atención sobre esto porque Aralar es un partido de izquierda abertzale pero que condena la violencia. Y esto es importantísimo.

La izquierda abertzale existe, y no va a dejar de existir. Hasta ahora, la mayor parte de ella ha visto la violencia como un método aceptable de defender sus ideas (lo que ha quedado claro por su voto), constituyendo la base social de ETA. Si este sector empieza a expresarse políticamente por vías pacíficas y democráticas, abandonando la violencia, ETA se quedará sin apoyo en la sociedad vasca. Y eso y sólo eso es lo que puede traer su final definitivo: todos los grupos terroristas necesitan de un cierto grado de apoyo social, que les nutre de medios, de personal, y de legitimidad, actuando a su vez como su brazo desarmado. Si lo pierden, mueren.

Y ahí entra un partido como Aralar: es necesario un partido que proporcione a la izquierda abertzale un medio de expresión no violento. Es necesario un partido pacífico y de izquierda abertzale. Sólo si ésta ve que de este modo le va mejor abandonará la violencia, y habrá paz en el País Vasco. Tal partido es una condición indispensable para ello.

El ascenso de Aralar aún es un hecho aislado, pero si se convierte en tendencia podría ser una maravillosa noticia para el País Vasco y para toda España. Esperemos que así sea.

sábado, 14 de febrero de 2009

Palabras e intereses: "nación" y "pueblo"

Existe un libro titulado "En defensa de España", que pretende -declaradamente- establecer una fundamentación (ciertamente apologética) del patriotismo español. Lo edita la Fundación para la Defensa de la Nación Española (Fundación DENAES). En su contraportada hay una breve presentación en la que, entre otras cosas, se afirma que existe una diferencia entre "la nación" y "el pueblo" españoles, a saber: que el segundo incluye únicamente a los españoles vivos en un determinado momento (no parece posible otra definición), mientras que la primera incluye también a los muertos y a los aún por nacer, imprimiéndole una especie de sentido histórico. Se afirma también que el pueblo "no puede decidir", sino que esto compete a la nación.

Sin ánimo de realizar una crítica global a la Fundación DENAES -que tras un vistazo a su web, y a falta de más información, parece bastante razonable, apolítica y demócrata- cabría censurar la diferencia conceptual antes mencionada, y ello por dos razones: su falacia en el orden teórico, y su deriva en el orden práctico.

Respecto de la primera, no cabe duda de que "nación" y "pueblo" son conceptos distintos, pero son más distintos de lo que los considera quien escribe la contraportada aludida. En efecto, el "pueblo" es algo concreto, empírico, material, y por eso mismo poco -aunque algo sí, como todo- susceptible de interpretaciones. Sin embargo, "nación" es un concepto abstracto que no alude a ninguna realidad empírica y material. Esto no significa en absoluto que sea una palabra vacua, pero sí que a) es muy susceptible de diversas interpretaciones -recuérdese el debate decimonónico entre el concepto francés y el concepto alemán de "nación"; y b) que no es ni puede ser un sujeto, y por tanto no puede, en términos lógicos, ser titular de soberanía: la nación es incapaz de acción. No es pensable que una nación "decida", como pretende el autor del texto, no es pensable que "haga" nada. La soberanía, en tanto poder de acción, no puede predicarse más que de un sujeto, como una persona (el rey en una monarquía absoluta, p.ej.), una institución (en ciertas constituciones moderadas del XIX), o un conjunto de personas, como el pueblo (en constituciones progresistas decimonónicas o en la española vigente); pero no se puede predicar de un concepto.

La experiencia demuestra que, por ambas razones, cuando se pretende atribuir la soberanía a la "nación", los resultados son muy cuestionables: recuérdese cómo las constituciones moderadas del siglo XIX que así lo hacían establecían también sufragio censitario, haciendo equivaler que decidiera "la nación" a que decidiera un determinado conjunto de personas. Esto es así, primero, porque "la nación", al no ser un sujeto, no puede decidir, por lo que quien al final decidirá sí será un sujeto realmente existente; y segundo, porque la interpretabilidad del término "nación" permite justificar en su nombre cualquier elección respecto a quién decide finalmente, lo que puede tener - y ha tenido- resultados muy antidemocráticos y perjudiciales para el interés general.
Que es de lo que se trata: del interés general de los vivos y, -en esto tiene razón- de las generaciones futuras. Pero en ningún caso de los muertos, a los que habrá que honrar y recordar pero a los que no se puede -sería irrazonable- hipotecar el rumbo de un país.

Esto no significa, como se ha dicho antes, que la palabra "nación" no signifique nada. La idea de "nación" es ciertamente existente en la conciencia de las personas, por lo que determina sus acciones, es necesaria para construir un Estado sólido y socialmente cohesionado, forma parte de la identidad de cada uno. En resumen, puede ser sumamente útil y beneficiosa si se entiende bien, y seguramente es de algún modo necesaria. Pero no es ni razonable ni beneficioso pretender atribuirle la soberanía: creo que, al menos a falta de mejor teoría, el único que puede decidir es el pueblo.

jueves, 22 de enero de 2009

Gobama!

Tras un largo período de ausencia motivado primero por vacaciones y luego por mudanza, el Profeta Bufón vuelve a la carga. Y lo hace con renovadas ganas de reflexionar, escribir, criticar, alabar y, en suma seguir poniendo por escrito unos pensamientos que en términos absolutos seguramente no son especialmente meritorios, pero que han sido para su autor tan costosos como clarificadores.

Y este primer post de la vuelta no se le podría dedicar sino al hombre que tanta gente espera -esperamos- que cambie el mundo: Barack Obama. De ahí el título, especie de apócope de Go Obama! (¡vamos Obama!): necesitará ánimos, porque desde luego tiene mucho por hacer.

De hecho, tras sólo dos días como presidente, ya ha tomado una medida que decididamente apunta maneras: ha ordenado cerrar Guántanamo en el plazo de un año y ha prohibido la tortura en los interrogatorios de la CIA. Cierto es que del dicho al hecho hay un trecho, cierto que habrá que ver cómo acaba este asunto, pero no es menos cierto que, como se ha dicho, Obama sólo lleva dos días en la presidencia: de momento no está mal.

Si, como ha dicho pretender, sigue por ese camino de rectificación de la política exterior y de defensa de Bush, podemos esperar muy buenos resultados. Si EEUU empieza a reconocer, como -grosso modo- ya lo hace Europa, la necesidad de un Derecho global y unas instituciones de gobernanza global para que el mundo de nuestro tiempo se pueda enfrentar a sus desafíos, que son de alcance global, y a trabajar por ello, podemos dar pasos de gigante que han sido pospuestos durante ya demasiado tiempo.

Sin embargo, existe también, desde luego, la posibilidad de que sea simplemente un gesto de cara a la galería, en esa línea electoralista (plebiscitaria, podríamos decir) de política-espectáculo con tan peligrosa deriva populista que hace furor hoy día en gobiernos de todos los países y colores políticos, y de que por tanto esta nueva Administración no vaya a hacer que EEUU empuje en la dirección antes apuntada.

El tiempo dirá si es uno o lo otro. Mientras tanto, no hay razón para no mantener una razonable y prudente esperanza.

viernes, 16 de mayo de 2008

Enfermos y malvados: otra buena cita

El 30 de abril, Alberto Fernández Liria escribía en El País un breve artículo a propósito de Josef Fritzl, el llamado "monstruo de Amstetten", que llevaba por título No hay enfermedad. En él afirmaba que Fritzl no padece ninguna psicopatología, que no existe ninguna enfermedad a la que atribuir su comportamiento, sino que simplemente es un malvado.

Desconozco la ciencia psicológica, pero encontré el artículo muy convincente. Al margen del tema tratado, hay una frase de él que me parece singularmente certera y que creo que conviene tener presente, especialmente cuando se estudia el tratamiento que dispensa el Derecho Penal a los enfermos mentales:

"[...] empezamos a querer ver enfermos mentales donde sólo hay malvados y acabamos viendo malvados donde sólo hay enfermos mentales." -Alberto Fernández Liria

Valga como ejemplo la situación de olvido que sufren muchos presos psiquátricos y que en más de una ocasión conduce a privaciones de libertad injustificadamente prolongadas en razón de una medida de seguridad que no se revisa adecuadamente; o la configuración de la eximente de alteración mental, que impide imponer medidas de seguridad a reos que padecen trastornos de la personalidad y que acaba determinando que no reciban tratamiento y sean liberados al término de sus penas siendo tan peligrosos como cuando delinquieron.

Creo que la idea de Liria es de suma utilidad para los juristas, especialmente para los interesados en el Derecho Penal; y creo que puede ser un buen elemento de juicio a la hora de realizar un examen crítico de la respuesta jurídica a la locura. Porque ésta no es sino un reflejo de la respuesta social a la locura.

El artículo citado apareció en El País el 30 de abril pasado y puede verse aquí. Alberto Fernández Liria es psiquiatra, presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, profesor en la Universidad de Alcalá y se halla comprometido con la cooperación solidaria.

miércoles, 30 de abril de 2008

Sabroso análisis

Si este post tiene algún objeto, es el de hacer una recomendación a todo aquel que se interese por el análisis político. Si leer sobre política es para vd. un placer, entonces el blog la moqueta verde le hará sentirse como un niño en una pastelería.

Cuatro graduados del Instituto Juan March y becados en diferentes puestos de avanzada del conocimiento político, como las universidades de Oxford, Essex y Yale o el Banco Mundial, reflexionan sobre la política española, internacional y sobre la política en general con una mirada limpia, certera y siempre original. Además, aderezan su escritura con ocasionales comentarios sobre variados ámbitos, desde el cine hasta las TIC. Encontrar tanto buen hacer científico a la vez, y más en este campo, es como econtrar un campo de petróleo. Simplemente magnífico.

viernes, 25 de abril de 2008

El sacerdote y el gobernante

La tendencia de la derecha y de la Iglesia católica a hacer causa común es algo que viene verificándose en todo el mundo desde que existe tal cosa como la derecha, e incluso antes de que ésta tuviera nombre.

¿Por qué? ¿Qué intereses tienen en común dos organizaciones tan distintas -porque lo son- como un partido político conservador de cualquier país occidental y la Iglesia de Roma?

Acostumbrados como estamos a verlo, el consorcio político entre ambas corporaciones nos resulta de una naturalidad a veces sorprendente, como si tuvieran los mismos objetivos. Sin embargo, el núcleo del programa conservador y el núcleo del programa eclesiástico no tienen absolutamente nada en común. Su relación es puramente instrumental.

Los conservadores quieren, fundamentalmente, diseñar una sociedad y un Estado a la medida de lo que Georfe Lakoff -a quien no es la primera vez que se cita aquí- llamó la moral del padre estricto, es decir, la forma conservadora de ver el mundo y de estar en el mundo; opuesta a la progresista, la moral de los padres protectores. Esto consiste grosso modo en una serie de políticas que todos conocemos: recorte de programas sociales, privatización de servicios públicos, levatamiento de controles al libre mercado, política exterior de fuerza... En suma, en una manera determinada de orientar el rumbo de un país.

Por su parte, la Iglesia, desde mediados de este siglo, lleva ocupándose con todas sus fuerzas de un mismo problema: su pérdida de influencia. No hay confesión religiosa en el mundo cuya jerarquía dirigente acumule más poder que la de la Iglesia católica. Este poder se manifiesta en muchos campos, desde el económico hasta el mediático, pasando por el político; pero tiene un único origen: los fieles. Lo que da a la Iglesia todo el poder que tiene es que hay gente que cree en ella, que sigue sus dictados, que colabora con sus proyectos. Sin esa gente, la Iglesia no tendría nada. Y el hecho es que el número de personas que orientan su vida según las directrices del Papado disminuye rápidamente. La Iglesia está empeñada en detener ese proceso; eso es lo único que verdaderamente le importa ahora: se juega su supervivencia.

Es decir, básicamente: los partidos conservadores pretenden llevar a cabo unas determinadas políticas mientras que la Iglesia pretende mantener su poder. Ambos objetivos difieren entre sí por completo: al Papa le importa un bledo la privatización de los servicios públicos, a la derecha le trae sin cuidado que la gente viva según los mandamientos. Es cierto que la moral conservadora tiene algún punto de contacto con la eclesiástica, concretamente en lo tocante al sexo, pero esto es una parte tan pequeña de su programa que no es en modo alguno suficiente para justificar tanta unión.

Así pues, ¿qué es lo que los une? Sencillo pero efectivo: el poder. La simbiosis entre la derecha y la Iglesia católica se funda en una mutua potenciación del poder de cada una de ellas.

La derecha despliega unas políticas que benefician al gran capital, pero que perjudican a la mayoría de la población. Y eso juega en su contra. Para conseguir votos, revisten su programa de valores morales y éticos con los que mucha gente de todas las clases se identifica, de forma que mucha gente les vota por su identidad y en contra de sus intereses. El apoyo más o menos intenso a la moral católica forma parte de esta estrategia: si se presentan como los aliados de la Iglesia, los que van a llevar a la práctica su moral -oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, a la eutanasia, al aborto...- consiguen votos católicos. La Iglesia, a su vez, les apoya para que efectivamente lleven a cabo sus propuestas, y a cambio usa su influencia para conseguirles votos, llamando al sufragio conservador más o menos explícitamente.

De este modo la Iglesia consigue mantener influencia, y los partidos conservadores consiguen votos. La simbiosis perfecta.